Crisálida
En el cuarto de baño. Frente al espejo. Las cuatro y media de la madrugada. El fluorescente desprende una luz sucia y violenta que me obliga a cerrar los ojos. Cuando los abro de nuevo no alcanzo a ver quién se encuentra al otro lado. Conozco el rostro, por supuesto: estas facciones regulares, estos ojos oscuros demasiado redondos, los labios, estos, que dejas abiertos mientras me miras, embobados...
Conozco bien todo eso, pero es como si no supiera a quién pertenece, o como si no perteneciera a nadie, como si no hubiera nada dentro de esa piel demasiado blanca... Pero fugazmente desaparece y el vacío vuelve a secundar una mirada que no me mira, que es como si quedara a medio camino entre el espejo y mi propio rostro. No me escuchas. No te da la gana escucharme.
Te veo, tan extraña, tan ajena... Y sin embargo estamos unidos por un pacto indisoluble. Quizá hablara de amor, de nubes, de cielos encapotados esperando perdón, o justicia. Percibo que mis brazos se balancean sin ningún control como entregados a la fuerza de un viento inexistente. Y entonces finjo indignarme y pido explicaciones. Tienes que asumir tu responsabilidad, le grito, y me quedo mirándola esperando una respuesta. Y ahora es toda la figura la que se tambalea de un lugar a otro. No deberías beber de esa manera… Si nunca he bebido más que lo cristalino, bella ironía, socrática ironía, sin dialogo, está roto, resquebrajado… Pero todavía no se ha hundido, esperará al alba, a mi alba, o cuando quiera.
Sergio