Vueltas rotas
No era otra que la costumbre la que hacia escapar la lágrima hacia el resguardo, hacia la cabaña del bosque donde la lluvia no pudiera alcanzarla.
En estas estaba la lombriz cuando el sonido chirriante de la puerta anunciaba la visita desesperadamente esperada de la dama de gris. Vestía y revestía mantos utópicos que, a aquella hora, no anunciaban nada positivo dentro de una fiesta de resarcidos e impacientes por dormitar en las lánguidas fortunas de sus valientes apoderados. Y es que el universo, giraba así… y no tenía otra forma.
No era otra que la costumbre la que hacia escapar la lágrima hacia el resguardo, hacia la cabaña del bosque donde la lluvia no pudiera alcanzarla.
En estas estaba la lombriz cuando el sonido chirriante de la puerta anunciaba la visita desesperadamente esperada de la dama de gris. Vestía y revestía mantos utópicos que, a aquella hora, no anunciaban nada positivo dentro de una fiesta de resarcidos e impacientes por dormitar en las lánguidas fortunas de sus valientes apoderados. Y es que el universo, giraba así… y no tenía otra forma.
La presentación fue hecha, formal, entre risas, incluso el ilustrado
anfitrión bajó la cabellera para mostrar la calva, deslumbrarte, sólo tapada en los momentos de ligoteo con las nenas de luna o la resplandeciente condena de las novelas de Zola.
Conocí a Descartes paseando por las calles, por que él no estaba, y antes de ponerme la mano en forma de visera ya me preguntaba donde se hallaba, si había abandonado su estufa o sus matemáticas para abrazar el mundo de la sin razón o la topología, incluso si habría hecho un sobre-discurso del método, incluso si volvíamos a 1641. ¿Quien le dio pluma para firmar una verdad y atreverse a sugerir otras dos?
La fiesta trascurría sin sota, caballo y rey, los ases sin equino
cortejaban a las damas con reserva y acato. En principio el camino no estaba expedito... pero el perfume de cientos o miles de monedas saltarinas lo susurraban, para aquellos oídos que lo quisieran estudiar.
Las alfombras relucían, las copas hacían intercambios de fluidos con las botellas de oro líquido y las aburridas gargantas parlamentaban cumplidos y dedicaban largos discursos que se borrarían de la cabeza de cualquier memoria.
Lo buscó con la mirada, pero su rostro no saltaba de su mente para aparecer en el de la realidad tangible, la nota saltaba de mano en mano, de derecha a izquierda, de este a oeste, de las cajas de destino a la azada de labranza, los segundos corrían y él… no estaba, ni se le esperaba, pero eso, se le ocurrió después, cuando la puerta se abrió de nuevo y el féretro recordó que aquello era el mundo que giraba así.
Sergio