Extrañas travesías
Abrió los ojos tras sentir una punzada en los riñones. Debía de llevar mucho tiempo en esa posición. Se encontraba tumbado en el suelo, con unas cuantas cajas de cartón bajo la cabeza. La oscuridad devoraba el cuarto.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz, pudo ver unas paredes ennegrecidas por la suciedad y, al fondo, una puerta metálica.
Se levantó dolorido y desconcertado, no recordaba nada de lo que podía haber pasado, ni siquiera sabía lo que le podía esperar fuera de allí.
Avanzó hacia la puerta y giró la manilla. Por un momento sintió una punzada en la cabeza. Se giró lentamente y, tras un chirriar metálico, se encontró en un pequeño callejón, lleno de cajas vacías y suciedad por todas partes.
Al fondo podía ver la luz de la calle, estaba anocheciendo y la gente pasaba de un lado a otro.
Avanzó hasta encontrarse en el pavimento. Los coches iban de un lado a otro de forma confusa. La gente iba siguiendo su camino, iluminados por las luces, sin importarles lo que había alrededor.
Ahora, el solo era un rostro más en la ciudad de las máscaras.
Observó todo lo que le rodeaba por un momento. En su misma acera se encontraba un hombre sucio que yacía en el suelo. Decidió acercarse para hablar con él.
- ¿Dónde estoy?. Le preguntó.
- Ja, ja, ja…¿y me lo preguntas a mi?. Pregúntaselo a todos, esos zombis. Se creen que existen más que yo… Respondió el vagabundo con voz rasposa.
- ¿Quién? ¿Qué podría decir?
- No te preocupes de mi nombre, preocúpate por el tuyo. Le dijo el vagabundo en tono suave pero enfadado.
De repente sintió como si todo girara y se mezclara a su alrededor. Pero era invisible.
Giró sobre si y vio un pequeño local con una persiana roja que estaban intentando cerrar.
Se acercó despacio y algo mareado, y encontró a una mujer tras la ventana.
Al verle mirando lo que había en el interior, le dijo que entrara con un gesto.
Al atravesar la puerta vio que el local parecía ser una especie de tienda, con un mostrador y varios expositores a los lados.
Intentó adivinar que podrían vender, pero la oscuridad de la penumbra hacía que las formas se entremezclaran, formando extrañas esculturas deformadas y confusas.
- ¿Cómo te llamas?. Le dijo la señora
- No lo sé… Contestó el tartamudeando.
- ¿Hay alguna razón especial por la que no deba saber cómo te llamas? ¡Anda, dime que querías!. Dijo ella.
- Es que…estoy un poco confuso…¿Dónde estoy?. Dijo inseguro y pensativo.
- Si quieres…en la trastienda está el paraíso. Aunque también puedes venir conmigo y te lo diré. Le sonrió de una forma extraña.
El la siguió. Si no, ¿qué podía hacer?.
Pasaron el mostrador, un almacén y un estrecho pasillo hasta llegar a unas oscuras escaleras.
No veía nada, y no entendía como podían haber llegado en esa penumbra total.
Cuando miró hacia atrás, le pareció que habían estado atravesando kilómetros de oscuridad.
- Cuidado. Sigue la barandilla. Le dijo ella.
Casi gateando subió las escaleras, hasta que se paró detrás de la mujer
(Continuará)
JON