El sereno
Las ratas corrían por el adoquinado atropellándose por entrar en las cloacas. El sereno iluminaba con pasito corto, escrutando la oscuridad al son del vaivén de un fajo de llaves que no dejaba al silencio tranquilo.
Las ratas corrían por el adoquinado atropellándose por entrar en las cloacas. El sereno iluminaba con pasito corto, escrutando la oscuridad al son del vaivén de un fajo de llaves que no dejaba al silencio tranquilo.
El hombre se encontraba acurrucado, como perro soñador en un sitio muy lejano, con los ojos platerescos encendidos de un frío abrasador. Intentaba evocar la vida que, poco a poco, se había perdido en el infinito. Su cara denotaba el júbilo de saberse alma camino del cielo. Tal deslumbramiento, unido a la voz tosca del paseante cotidiano de las calles, rodeó al farolillo de una expectación inusitada a esas horas de la madrugada, de miradas curiosas y de las hipótesis que a pie de campo suelen hacer las vecinas más avezadas en el arte de cascar.
Negar que la boda con la muerte se estaba produciendo o había acabado era cosa de necios, saber la identidad de la madrina que acompañó al novio al altar para casarse era cosa algo más complicada.
Con ese desánimo se presentó la agente Usue en el lugar de los hechos portando su cubo de agua fría de una mano y la del médico de la otra.
La muchedumbre, congregada al olor de la moscas, se abrió tendiendo pétalos de margarita mientras nuestra ilusionada detective caminaba usando el juego de caderas.
Ahora eran las miradas de los caballeros las que evocaban el lugar prohibido. Los cuchicheos de las cotorras acomodadas en su palco de honor, difundiendo posibles hipótesis dignas, se alzaba por el aire como si de un himno difuso se tratara. La reanimación fue prácticamente instantánea, incluso al pingüino de corbata le dio tiempo a acariciar con la lengua las
últimas gotas del néctar, que anunciaban la visita de las lujosas ropas a la lavandería en estado empapado.
Sergio
Fotografía: "La farola y el faro" de Enrique Payán